– Y le diré 1 hijo de perra, el escritor americano Mencken lo tenía muás claro que el ferreo fiscal putero fuera de su jurisdicción que se retrató compungido rodeao de su familia que seguía poniendo la mano en el fuego por él casi como por los corruptos después que lo cazaron. Aungue suele coincidir, no es necesario fijarse porque estos hipócritas precisamente realmente tratan de atraer la atención sobre sí mismos por algún complejo, y lo que es peor, sus lúgubres gustos cuando lo ocultan. Lo más cerca que se puede estar es la misoginia, pues a veces el odio hacia las mujeres suele ser intelectual, mientras que el machismo indica algo parecido a obsesión enfermiza por el propio motivo u objeto de su inquina, a veces personas muy autorizadas, lo tratan de evitar. El más legendario de los misóginos fue el escritor Jean Cocteau, del que se descarta el aprecio sexual, y también contaba los amigos que rehusaba discutir con ellas casi como algunos tertulianos de la onda religiosa que se queden estupefactos y callaos buenos ratos a la menor.
– Con el hombre se puede discutir porque nunca está seguro de tener la razón, apreciación más que discutible de Cocteau, pero con las mujeres no porque siempre están seguras de tenerla porque son incapaces de analizar las ideas, y por esa incapacidad las admiten de primeras como indiscutibles, algo que con el hombre no pasa. Y añadía.
– He observao que las mujeres, cuando discuten entre ellas, hablan siempre de cosas distintas, pues ninguna se digna escuchar siquiera lo que dice la otra. Niego la mayor no tanto por los razonamientos como porque lo de no escuchar y se incapaces de analizar las ideas, además de habitual, está muy repartido entre personas de cualquier sexo y condición y por tanto creo más acertada la explicación de Bukowski:
– El problema del mundo es que las personas inteligente suelen ser 1 mar de dudas mientras que los estúpidos siempre están muy seguros de sí mismos.
Lecturas: Mis anécdotas preferidas, Carlos Fisas, Plaza y Janés 1997.
